… empuñando el útil afilado en la mano derecha, acercarse por detrás y, con la mano libre sobre su frente, obligar con firmeza a que muestre el lado derecho del cuello para tajar fuertemente junto al gañote asegurándose de que brota potente el chorro yugular…
(Pág. 69 del Manual de Supervivencia de los Cuerpos Especiales del Ejército de Tierra - 1975)
Oigo voces
Ellas me ayudan, me miman, me quieren; son mis amigas, mis alegres consejeras; me acompañan joviales, atrevidas, vitales, mostrándome en cada instante el lado bueno de las personas y de las cosas. Gracias a ellas, los malos rollos se minimizan hasta la insignificancia, mientras que el “buen” karma se agiganta, alejando los malos pensamientos.
No recuerdo un día gris ni una noche negra, siento que siempre es primavera, con el arco iris iluminando los días y la vía láctea alumbrando las noches huérfanas de luna.
No hay lunes flácidos en mi memoria. Todos los días, todos los momentos de cada día, desde que amanece hasta que vuelve a amanecer, son fiesta. Su presencia impregna de felicidad cada instante. Cada respiración hincha mi pecho de amor inmenso por todo lo que existe, ya sea real o imaginario. Cada impulso cardiaco produce un estallido de mil dulces colores que se me antojan los fuegos artificiales universales en cuyo centro me encuentro. Qué plenitud me invade, qué satisfacción, qué ganas de vivir…qué cielo.
No quiero ni pensar cómo sería el mundo sin ellas, mis amigas. Cómo sería mi vida si las desoyese, si me abandonasen.
¿Y ellos? Hace ya algún tiempo que “los pobres” no parecen tan gozosos. Se diría que arrastran penas por los pasillos y pausas.
_“Hay crisis,” se les escucha lastimeros allende las altas mamparas y _“Yo, Yo, Yo… y Yo,” el murmullo se escapa furtivo de los luminosos despachos. _“Competencias, evaluación, objetivos, Yo, Yo…y Yo… crisis… y más Yo,” tal parece que sus íntimas amigas les hubieran abandonado.
Las voces queridas me dicen que tengo que devolverles la felicidad perdida, ya no necesito tomar las medicinas, tengo el pulso firme y llevo unos días practicando con el maniquí de la abuela.
Empezaré con él, mírale, ahí sentadito en su despachito, tan monito…Ahora no es feliz, pero eso no importa porque las voces me piden con alegría infinita que le ayude y con bella melodía navideña me repiten:
”Pa-gi-ná se-sen-tai-nué-ve, fun, fun, fun…”
Serafín